miércoles, 7 de agosto de 2013


Los archivos personales:

Un patrimonio que se nos va a la capital

           
 
            Entro al catálogo en línea de la Biblioteca Luis Ángel Arango. En el campo “Índice de Autor” incluyo un nombre completo: Andrés Caicedo Estela. La búsqueda arroja un total de 150 registros. En la primera pantalla, entre las ediciones comerciales de sus obras, leo otras referencias como: “Angelita y Miguel Ángel [manuscritos]: historias para cine”; “Cuaderno de dibujos infantiles”; “Los diplomas [manuscritos]: drama rutinario”, o “Las aberraciones que claman piedad odio tras odio [manuscritos]: (cuento)”. Pincho la referencia nº 7: “Que viva la música [manuscritos]: cuadernos”. Efectivamente, el resultado corrobora lo que estaba imaginando: aparece una descripción física de 3 volúmenes de 28 cm., escritos a mano, con anotaciones de diferentes temas y “manchados”, con “algunas hojas arrugadas”. El resultado corrobora mi nervioso presentimiento, pero no puedo creerlo, el archivo personal de Andrés Caicedo, un caleño que se entregó intensamente a escribir y reescribir la ciudad de  Santiago de Cali, viviéndola y padeciéndola; a contarla en sus avenidas, plazas y calles, en escenarios y personajes que sólo pueden ser entendidos desde su particular identidad urbano-cultural, el archivo personal de Andrés Caicedo se encuentra en la capital de la República de Colombia, en Bogotá.

 
            El 12 de julio de este al parecer prometedor año de 2013 para una renovada Cali, con sus Juegos Mundiales entre julio y agosto; su Patrimonio Álvarez en septiembre, inaugurado por el presidente Santos, quién sabe si acompañado de su colega Obama; y los resucitados Black Sabbath en octubre; la Biblioteca Nacional de Colombia (BN) reunió en la Biblioteca Departamental Jorge Garcés Borrero a distintas instituciones relacionadas con el Patrimonio Documental y Bibliográfico de los Departamentos del Valle y Tolima. En cumplimiento, según la propia BN, de su misión patrimonial, esta intenta abordar el diseño de una Política Nacional de Patrimonio Bibliográfico y Documental cuyo resultado debe necesariamente responder a las necesidades de las regiones y el país.
 

            Entre otros temas, el posterior debate a la exposición del ponente, se centró en lo que podríamos llamar “desertización cultural” de la región. Como muchas veces he oído, con un tono, primero, de rabia, que va atemperándose para pasar conclusivamente a la resignación, se puso de manifiesto el malestar generalizado que existe en la ciudad de Cali por colecciones particulares de escritores, políticos, educadores o fotógrafos caleños, o residentes en Cali con ejercicio de su actividad laboral  en esta ciudad, que van a parar a instituciones públicas o privadas de la ciudad de Bogotá.

 
            Los archivos históricos permiten valorar un pasado concreto y apoyan nuestra orientación presente y futura, no importa si nos hablan de hechos constructivos o bárbaros; conocerlos todos debe siempre fortalecer  y mejorar nuestra convivencia ciudadana. Hay personajes (historiadores, artistas, filósofos, políticos, etc.) que han tenido una importancia decisiva con su producción o su pensamiento. Recuperar sus palabras (archivos sonoros), la escritura de su obra y los testimonios que rodearon su vida (cartas, fotografías, borradores manuscritos, recortes periodísticos, objetos) permite aproximarnos a su intimidad para poder profundizar o reenfocar su pensamiento, para aumentar el caudal de conocimiento que su figura aporta a la sociedad.
 

            Los fondos documentales de estos relevantes personajes suelen acabar, después de su fallecimiento, en manos de familiares o amigos. Su papel, por tanto, junto al papel que puedan desempeñar las instituciones, es fundamental para garantizar la conservación y posterior uso y difusión del mismo. Si es su deseo, las familias pueden enviar esos fondos a las instituciones mediante distintas modalidades de ingreso: donación, compra, legado o depósito. Hasta recientemente, la forma más habitualmente empleada era la donación a bibliotecas, universidades o archivos públicos: la entrega pura y simple, sin mediación de compra o intercambio de bienes. Pero el fortalecimiento de las instituciones privadas (pienso ahora en la Universidad EAFIT de Medellín), que frecuentemente utilizan el procedimiento de la compra para enriquecer su “sala de patrimonio documental”, está haciendo que las familias, dueñas de estos archivos privados, los vendan al mejor postor o, simplemente, a quien les ofrece una contraprestación económica por una segura custodia y divulgación de los mismos[1].
 

            En muchas ocasiones, las familias sólo buscan asegurar la conservación de estos fondos en una institución que garantice además una buena difusión de los documentos al investigador y al público en general. Si las instituciones existentes en la ciudad origen del fondo no se comprometen con ambas facetas, con una adecuada conservación, acceso y difusión, con seguridad las familias trasladarán de ciudad sus archivos personales buscando el lugar más conveniente para ello, normalmente la Biblioteca Nacional de Colombia y la Biblioteca Luis Ángel Arango, ambas en la ciudad de Bogotá.
 

            La compra de estos fondos y la falta de compromiso (muchas veces por falta de medios que garanticen un correcto tratamiento de los mismos) conlleva, por tanto, dos posibles desenlaces: 1. Que los archivos personales o familiares acaben en manos de instituciones privadas; y 2. Que las instituciones públicas regionales, más empobrecidas, generalmente, que las centrales, no reciban fondos documentales de este tipo. Las consecuencias, en ambos casos, para el sector público nacional, son graves: la disminución de sus potencialidades culturales y la excesiva centralización de su patrimonio documental, que desequilibra el enriquecimiento cultural de las “regiones”.

 
            El archivo personal de Andrés Caicedo (aunque significativo es sólo un ejemplo) conforma un patrimonio que, por el sentido natural del término y el sentido último con que sus páginas cobraron vida, está apegado indisolublemente a la ciudad de Cali. Sin él, nadie interesado por esos tres volúmenes manuscritos de "Que viva la música" puede visitar la ciudad de Cali, no podemos dar trabajo a documentalistas o archivistas, ni formarlos para que, como Matthias, El Archivista de la novela homónima de Martha Cooley, sienta la llamada de muchas voces en las hojas sueltas manuscritas, cartas y fotografías que componen las colecciones particulares de la biblioteca universitaria donde trabaja;  tampoco podemos organizar exposiciones, o seminarios dedicados al autor acompañados de documentos originales que un día tuvo en sus manos; sin poder familiarizarnos con lo que un día fue suyo, será difícil querer más y más el mundo personal de Caicedo y de todos los angelitos empantanados que le rodearon. Tal vez, ante esta ausencia, sea más grave la sensación que pueda permanecer en la ciudad, como si Cali no fuera capaz de inventariar o catalogar estos archivos privados que salen de ella para emprender un viaje antinatural. Creo que la donación del Archivo personal del dirigente sindicalista Ignacio Torres Giraldo por parte de sus familiares a la Biblioteca Central de la Universidad del Valle y su puesta a punto por medio de la confección de un riguroso inventario analítico, es una muestra, al mismo tiempo, de generosidad y capacidad para poner al servicio del historiador y del interesado en general, un valioso fondo documental.
 

            Las instituciones deben hacer frente a la desertización cultural, pública y regional. En la reunión mencionada del 12 de julio, la Biblioteca Nacional habló de construir un política concertada en aspectos como la gestión, la recuperación, la organización, la preservación y el acceso y la difusión del patrimonio bibliográfico y documental; habló de fortalecer la regionalización; habló, en definitiva, de empujar y apoyar una descentralización y conceder mayor autonomía a las bibliotecas departamentales, que deben contar con la ayuda necesaria para dar visibilidad a sus fondos y emprender acciones de  dinamización cultural con ellos, lo que en última instancia debe prevalecer en los intereses de las familias dueñas de relevantes fondos privados. Como si una nueva modernidad atravesara la ciudad de Cali, deseemos que esta descentralización sea eso, un signo de  modernidad que transforma ámbitos familiares y tradicionalmente gobernables, que descentraliza sistemas de relaciones que parecen estabilizados desde y para siempre.
 

            Sócrates decía que las leyes pocas y justas, pero que se cumplan. Colombia tiene mil leyes y un millón de remiendos decretales a las mismas, pero no tiene una Ley dedicada exclusivamente a su Patrimonio Documental y Bibliográfico, una ley que podría redefinir y aclarar las competencias y responsabilidades que actualmente tienen las instituciones públicas implicadas en el patrimonio bibliográfico y documental de la nación, y una ley donde se podría fomentar la fórmula de la “donación” previendo, como ejemplo, que este medio sea una forma de pago de la deuda tributaria (especialmente en el caso del impuesto de transmisiones sobre las herencias) y una forma de desgravación fiscal.
 

            En algún lugar leí que el filósofo rumano Ciorán no leía novelas porque, decía, habiendo ocurrido tantas cosa en el mundo, cómo podía interesarse por hechos que ni siquiera habían acaecido. Prefería leer diarios, memorias, autobiografías, correspondencia, libros de Historia. Vuelvo a pinchar en la relación de registros sobre Andrés Caicedo que el catálogo en línea de la Biblioteca Luis Ángel Arango me ofrece, esta vez en los registros número 2 y número 13. No sé si las narraciones de Caicedo acontecieron o no, pero esas marcas autobiográficas: “mecanografiado, correcciones y parte de la numeración escrita a mano”, “mecanografiado”, “en papel periódico manchado”, me trasladan a un tiempo donde “Para comenzar esta historia pudiera escoger una mañana luminosa, un viento sin polvo (la plasticidad de los contrastes), un atadito de libros. Mejor veamos: a las 9 de la mañana baja por la Avenida Sexta, hacia el sur, un bus «Blanco y Negro» («Blanco y Nunca», le decíamos de muchachos). A esa hora iban más bien vacíos. Cuando Angelita montaba en bus…”; esas marcas autobiográficas, una particular caligrafía, un error subrayado, el esbozo de un dibujo infantil, una fecha y una hora concretas anotadas en el margen de un folio mecanografiado, me trasladan a una realidad  más tierna y dura que la propia realidad de la ciudad de Cali.

 

5 de agosto de 2013

 

Alfonso Rubio
Director
Grupo de Investigación Nación/Cultura/Memoria

 




[1] La colección de archivos históricos de la Sala de Patrimonio Documental de EAFIT, está formada por cerca de 90 archivos privados (archivos familiares, personales, empresariales, bancarios, ganaderos, agrícolas, de asociaciones cívicas y culturales, etc.) que se han ido adquiriendo mediante donación y compra. Ahí encontramos archivos como los del Banco y Pasaje Sucre, de la Compañía Nacional de Exportaciones, de la Corporación Patriótica de Antioquia; archivos de la Familia Ángel Escobar, Ospina Vásquez; o los archivos de Ciro Mendía, Jorge Restrepo Uribe o José María Uribe Uribe.

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